1813-1864 San Sebastián antes y después de 1813
Al iniciarse el siglo XIX, San Sebastián es una ciudad amurallada con guarnición militar en la que viven unas 10.000 personas. Su casco urbano ocupa el espacio en el que hoy está la “Parte Vieja”, entre el puerto y el actual Bulevar. Una poderosa muralla revela su condición de plaza defensiva.
Al caminar por las calles del San Sebastián del año 1800, llama la atención la diversidad de las construcciones. Una casa de vecindad de tres pisos con una tienda en el bajo, junto a un palacete de piedra con un gran alero de madera, al que le sigue una construcción de madera de fachada muy estrecha y con un solo piso, seguido de una fonda con la taberna en el bajo y una altura de dos pisos... Edificios de alturas diferentes, con fachadas que van de los dos metros de ancho a la mitad de una manzana. Y se han construído con sillares de piedra, o con ladrillo, o con madera, o con las tres cosas. En realidad, casi todas las edificaciones tienen en común una estructura interior de madera que se corona con una cubierta de grandes vigas, que se reviste al exterior con tejas. Hay unas 625 casas formando una piña de diversidad comprimida por la muralla.
En 1808 los franceses ocupan pacíficamente la ciudad y durante unos años la convivencia es viable. Cuando las tornas cambian, y Napoleón pasa de amigo a enemigo y los ingleses de enemigos a aliados, se precipita el desastre. La recuperación de la plaza corre a cargo de las tropas anglo-portuguesas y la operación de reconquista degenera en una destrucción y saqueo sistemáticos de la ciudad que dura siete días y medio.
Al apagarse el fuego, sólo quedan en pie 35 casas en la calle que hoy se llama 31 de Agosto, precisamente en conmemoración de lo ocurrido. Las iglesias y conventos se han salvado, porque han sido utilizados como almacenes, hospitales o alojamientos improvisados. El resto de la ciudad es una escombrera humeante. El incendio ha destruído unas seiscientas casas y, además, los donostiarras han perdido en el fuego todos los documentos que acreditaban sus fortunas. Las escrituras de propiedad, las participaciones en empresas y los contratos de cualquier índole se han quemado. La confianza entre unos y otros va a ser la base para volver a trazar el mapa preciso de la propiedad de cada cual y de la riqueza.
El 8 de septiembre, apenas terminada la destrucción y con solo 300 habitantes viviendo en la ciudad acampados o guarecidos de cualquier manera, se reúnen en Zubieta los alcaldes, síndicos y vecinos importantes. Allí sientan las bases para tomar la decisión de reconstruir la ciudad. También acuerdan pedir a Wellington una indemnización por los daños. El inglés ignora las reclamaciones. No habrá ningún apoyo económico. Los comerciantes tienen que organizarse para prestarse caudales o vender propiedades del entorno hasta que les llegue dinero contante de los negocios que les quedan en otras ciudades o países. Conscientes de que hay que actuar rápido, en diciembre de 1813 ya tienen formada la Junta de Obras que gestionará la reconstrucción. Cuatro días después de su primera reunión, la Junta encarga a Pedro Manuel de Ugartemendía que trace un plano para reconstruir San Sebastián.
Ugartemendía en 1813 es un ingeniero militar, un soldado especialista en fortificaciones y obras de ingeniería de diversas clases, que, además, ha completado los estudios en la Academia de San Fernando y obtenido el correspondiente título de arquitecto. Pertenece a un singular cuerpo de profesionales que fue el encargado de materializar los planes de la política de organización territorial borbónica.
Pedro Manuel de Ugartemendía fue el discípulo aventajado de uno de los mejores arquitectos de su tiempo, Silvestre Pérez. Pasó la década de 1810 destinado en el territorio vasco. Diseñó iglesias, una cárcel, diversas obras civiles e incluso una sillería de coro. Cuando la Junta de Obras le encarga el Plan para San Sebastián en 1813, no hace otra cosa que escoger al arquitecto que se está ocupando de los proyectos oficiales del territorio guipuzcoano con el beneplácito de la Academia de San Fernando y, por extensión, de la Corona.