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Impulsados por la falta de cobre en su territorio, los ingleses desarrollaron tempranamente la técnica de fundición de cañones de hierro y para finales del siglo XVI contaban con nueve altos hornos.
Las piezas de hierro fundido eran menos precisas y más frágiles y pesadas que las de bronce, pero mucho más baratas. La imperiosa necesidad de gran cantidad de cañones impulsó a la Corona española a hacer varios intentos de adecuarse a esta tecnología pero no lo logró hasta 1622. Fueron los altos Hornos de Liérganes y la Cavada que abastecieron a las necesidades de la corona hasta 1835.
Tampoco las ferrerías gipuzcoanas, tan importantes en la construcción de bombardas, optaron claramente por la fundición. El profesor Álvaro Aragon matiza el atraso tecnológico siderúrgico, mencionando las gestiones en la corte, finalmente fallidas, y la presencia tardía de altos hornos en el territorio, si bien su producción nunca llegó a ser de carácter masivo.
En la plataforma del castillo, hallamos varios ejemplares de cañones de hierro fundido que destacan por su gran tamaño. A diferencia de los ejemplares de bronce que incorporaban marcas del fundidor, los cañones de hierro carecen de marcas que definan su procedencia. Podrían proceder en parte de la mencionada zona cántabra, dado el alto volumen de producción. Al tratarse de cañones de tierra, la procedencia británica parece poco probable.
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